Mi búsqueda de la verdad
Fui bautizado como católico y era practicante, asistiendo fielmente a misa en la iglesia cerca de mi casa. No era un católico tan fiel como mi padre, pero intentaba tomármelo en serio, asistiendo a misa casi todos los domingos, especialmente durante las fiestas de guardar.
Mis padres fueron criados en la Iglesia Católica. De hecho, cinco generaciones de mi familia paterna han sido católicas, incluyendo varios sacerdotes, siendo uno de ellos canónigo y otro dominico.
(En las calles, compartiendo el evangelio con una señora católica)
Cuando yo tenía unos doce años, empecé a hacer de monaguillo. Esto es considerado, para cualquier católico, un gran privilegio y una responsabilidad importante. Puedo decir con toda sinceridad que disfrutaba de este deber «sagrado». No obstante, este período de mi vida duró solamente hasta la edad de quince años.
A lo largo de mi infancia en el seno del catolicismo, visitamos Aylesford (un santuario mariano) varias veces, llegué a conocer a numerosos sacerdotes y obispos, e incluso hospedamos al ya fallecido cardenal Tom Winning de Glasgow (el segundo sacerdote
más importante en Gran Bretaña) cuando visitó nuestra iglesia para dar un discurso en una reunión que mi padre presidía.
(Winning, contento de recibir una copia de uno de mis CDs)
De todos modos, puedo decir honesta y tristemente que Jesucristo, el pecado, la santidad y el nuevo nacimiento no tenían ninguna importancia en mi vida. Tampoco me animaron en la iglesia a testificar a las almas perdidas, es decir, a compartir el
evangelio con las mismas, algo que ahora hago regularmente.
Durante este período, tenía éxito en mi carrera semi-profesional como cantante de jazz, con una gran orquesta. Toda mi energía y tiempo libre lo dedicaba a hacer de la música mi futuro. Grabé 3 CDs, y llegué a trabajar con un trombonista que había tocado con Frank Sinatra; incluso hicimos unas pocas actuaciones en directo. No obstante, era imposible ignorar el dramático cambio en la vida de mi padre, y pasamos horas y horas hablando de las profecías en la Biblia, de las sociedades secretas, las sectas y por supuesto de la Iglesia Católica.
En cuanto a mi propia conversión de cantante de jazz a cristiano bíblico, el impulso principal fue el cambio que vi en la vida de mi padre. Recuerdo un día verle mientras oía por la radio a un predicador americano. Le pregunté: «¿Por qué escuchas esto?
Somos católicos y eres buena persona». Respondió diciéndome: «Ya no es bastante para mí. Necesito algo más. Y no soy buena persona».
Debo confesar que su respuesta me sorprendió bastante, ya que mi padre iba a misa cada día, fue miembro de numerosos comités en la congregación, e incluso era autor de un libro sobre nuestra parroquia.
Tal momento fue crucial para mi padre y, aunque no me lo imaginaba, para mí también.
Por aquellas fechas, mi padre me dio una copia de una antigua Biblia del Rey Jaime de 1880, la cual todavía conservo. La leí y su contenido me resultó totalmente asombroso.
En todos mis años en la Iglesia Católica, con sus numerosos rituales fríos y repetitivos, no había encontrado algo tan nuevo para mí como aquella Biblia.
(Una testigo de Jehová me escucha a regañadientes acerca del verdadero Jesús de la Biblia)
Pasé casi tres años hasta entender que no solamente estábamos viviendo en los últimos tiempos, sino que yo también debía nacer de nuevo.
También debo decir que una vez que vi el concepto del pecado en la Santa Palabra de Dios, no perdí tiempo en buscar al Señor con todo mi corazón y alma. Leía la Biblia cada día durante horas, y en el 2002, me arrodillé y por primera vez en mi vida, clamé a Dios con toda sinceridad y honestidad que me salvara de mis pecados. Estuve de rodillas un buen rato, confesando todos mis pecados e incluso pecados que probablemente no había cometido.
¡Había pasado de conocer del Señor a conocerle personalmente! ¡Y qué maravilloso y emocionante era tal evento!
Con el tiempo, perdí interés en mi música y en otras cosas que antes valoraba mucho.
Al final, disolví la banda, dejé la Iglesia Católica y abandoné otras ambiciones vanas.
(Una estudiante escucha el evangelio y más tarde acepta un folleto)
Además de mi círculo inmediato de familia, amigos y compañeros de la banda, escribí a varias personas que no había visto en años, incluyendo en el sobre folletos que explicaban el evangelio. Mi estimación es que más de mil personas recibieron tratados
y copias gratuitas del excelente libro de mi padre «Del arrebatamiento al Apocalipsis» después de nuestras conversiones.
(Un testigo de Jehová quería saber más sobre la divinidad de Jesús)
Así, este es mi honesto y breve relato de cómo fui salvo por la maravillosa gracia del Señor Jesucristo y comencé mi andar con Él. Pero, ¿y tú? ¿Le conoces?
La Biblia nos avisa de que todo mentiroso acabará en el lago de fuego eterno (Apocalipsis 21:8); que ningún ladrón puede entrar en el reino de Dios (1ª Corintios 6:10); que codiciar a una persona equivale al adulterio (Mateo 5:27-28); y que llamar a
alguien necio o simplemente tener ira injustificada es como el homicidio (1ª Juan 3:15).
Debes nacer de nuevo. Debes ser perdonado. Debes estar bien con Dios. Y esto solamente puede suceder cuando un pecador sinceramente cree en Jesucristo como su único Salvador, quien murió en la cruz por sus pecados y tres días después, fue
levantado por Dios de entre los muertos. Al confiar solamente en su preciosa sangre para salvarte, no irás al infierno cuando mueras, sino al cielo.
Si has hecho esto, debes obtener una Biblia Reina Valera 1960 y leerla cada día sin excepción. Puedes comenzar con el evangelio de Juan, con el Libro del Génesis y con los Salmos. En unos seis meses, habrás leído toda la Biblia.
A continuación puedes empezar otra vez, pero esta vez empieza en 1ª Tesalonicenses, luego pasa a Proverbios, y después a Éxodo.
Puedes orar mientras lees las Escrituras, pidiendo a Dios que abra tus ojos y tus oídos para entender Su palabra, y para que te muestre cuál es su voluntad para ti y para tu vida. Mientras crezcas en gracia, Él te irá moldeando para que seas la persona que Él quiere que seas.
Explica a otros cómo el Señor Dios de la Biblia te ha salvado de tus pecados, y cómo ellos también deben nacer de nuevo.
(Un hombre judío no tenía prisa para irse y después me estrechó la mano)